Me he autodiagnosticado depresión post películas de terror. Y es que ya son años ¡AÑOS! que no salgo debidamente satisfecha (es decir, cagándome de miedo) de alguna peli de este género.
Hace poco, asesorada por mi hermano mayor, me chuté la primera temporada de la serie American Horror Story. Y pues sí, no puedo negar que los primeros capítulos me atraparon y sí sentía esas bellas maripositas de terror y angustia que tanto disfruto… pero ¡bleh! a la mitad de la temporada, todo era una burla. Ya nomás la terminé de ver por dignidad.
Hace unos días vi que estrenaron Mama, avalada con el sello de Del Toro’s Production. Y aunque sé que eso no significa para nada garantía, burbujeaba dentro de mí la pequeña esperanza de que resultara ser algo bueno (algo chingonamente terrorífico, pues).
Así que fui a verla con el brillito de la expectativa en los ojos, con todo y que ya tenía un avance de que sería la repetida fórmula de niños-fantasmas-sucesos misteriosos que se desvelan al final.
Al comienzo -como en el amor y casi todo- todo estaba bien. Nos van presentando a los personajes y sus circunstancias con un ritmo adecuado para el espectador. Se logra el propósito de mantener la tensión inicial, que da la pauta a sumergirte de a poco en la historia que se desarrolla ante tus ojos y, que esperas, en algún momento impacte de lleno otras partes de tu cuerpo.
Sin afán de spoilerear demasiado, la situación que se plantea sobre dos niñas extraviadas durante cuatro años y posteriormente encontradas en una cabaña en medio del bosque, convertidas en unas bestiecillas salvajes que se movilizan a cuatro patas, y que han sido custodiadas quién sabe por quién en todo ese tiempo me salivaba a que bajo esta premisa, seguro lo que venía más adelante sería una marejada de puro terror.
Not. De ahí pal’ real, la historia se centra únicamente en descubrir a «la protectora» de las pequeñas, a través de recursos baratos ya muy bien ensayados en este género; cortes violentos de un plano a otro, sonidos estruendosos soltados al azar y lo que no esperaba, y terminó de rematar mi desilusión: el monigote-fuente de terror-mamá de las niñas, «confeccionado» muy al estilo yurei de las películas de horror japonesas. ¡Uy qué miedo, mira cómo estoy temblando!. Pfft.
La psicología de este personaje tampoco tiene mucho de novedoso. Es básicamente el fantasma de una loca que escapó de una institución médica y saltó de un peñasco con su bebé en brazos… y que al estilo de la llorona con algunos toques más oníricos, vagabundea como alma en pena sin saber el paradero de su hijo, hasta que consigue «adoptar» a las dos niñas que llegan a la cabaña; niñas que posteriormente intenta recuperar, matando a los que las devolvieron a su entorno normal.
Y el final se pone peor, se los aseguro. Ahí están los personajes principales luchando por SU FAMILIA (cuando en toda la película jamás fueron una familia) y regalándonos algunas bellas metáforas convertidas en mariposas. Que desde muchos minutos atrás ya me quería salir de la sala, para acabar pronto.
En fin, ya voy saliendo un poco de la depresión (ya casi va una semana desde que vi la MAMAda ésta) y como buena creyente, seguiré en la espera del mesías todopoderoso que me haga el milagrito de sanación